Exilio by Richard North Patterson

Exilio by Richard North Patterson

autor:Richard North Patterson
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Policial
publicado: 2005-02-28T23:00:00+00:00


Capítulo 4

A la mañana siguiente, respondiendo a la invitación del gobierno israelí, David se dirigió a Tel Aviv para reunirse con el general Ehud Peretz, jefe de la Agencia de Inteligencia del ejército de Israel, el IDF.

Aquella cita, según explicó Zev Ernheit, era una concesión de Israel a la petición de información por parte de David. Peretz era una figura nacional; fue un joven y heroico oficial en la guerra de 1973 y consejero de primeros ministros en asuntos de inteligencia y terrorismo, y ahora estaba a cargo de las actividades contraterroristas en Cisjordania, como las rápidas y extensas represalias llevadas a cabo en Cisjordania y destinadas a erradicar la Brigada de los Mártires de Al Aqsa. Hasta la guerra de 1973, según le contó Ernheit, la madre de Peretz no le dijo que era superviviente de un campo de exterminio nazi, el de Maidanek. Cuando acabó la guerra, Peretz fue allí y, al ver los huesos y las cenizas de los muertos que todavía se conservaban, decidió dedicar toda su vida a la defensa de Israel.

A medida que David iba pasando todos los trámites de seguridad para entrar en la enorme estructura de cemento y cristal, el Pentágono de Israel, reflexionaba y pensaba en su historia. Los jóvenes que entraban y salían del edificio, casi adolescentes, irradiaban una sensación de compromiso con el servicio militar muy distinta de lo habitual en Estados Unidos. Incluso en aquella ciudad del Mediterráneo, la frontera entre Israel y Cisjordania estaba como mucho a una hora de camino. Para los israelíes, no era posible abstraerse, y la defensa nacional no era una actividad opcional. David Wolfe, el judío americano, allí no era más que un extranjero.

Ehud Peretz parecía enormemente hábil y duro, y sin duda lo era: el pelo cortado a cepillo, unos ojos castaños muy intensos, un rostro curtido y de facciones duras, el pecho amplio, con musculosos antebrazos que asomaban de las cortas mangas de una camisa color caqui. Aunque saludó a Wolfe con un firme apretón de manos, su fría expresión indicaba su disgusto por la visita de David. Le señaló una silla y dijo sin rodeos:

—Conozco sus teorías. Sin embargo, la actuación del servicio de seguridad de Amos ahora es asunto de otras personas. Así que sólo nos queda hablar de esa gente mítica llamada palestinos.

Era mejor ser directo, pensó David.

—Mi cliente no se considera mítica.

—Quizá no, pero su marido es uno de los principales sustentadores del mito. —A pesar de su aparente frialdad, el tono de Peretz traicionaba un sarcasmo hastiado—. ¿Sabe de dónde eran Ibrahim Jefar e Iyad Hassan? De los campos de refugiados: Hassan, del campo de Aida; Jefar, de esa alcantarilla que es Yenín. ¿Y por qué existen unos lugares semejantes después de casi sesenta años? Porque ningún país árabe quiere encargarse de esa gente, y la Autoridad Palestina no hace nada para aliviar su sufrimiento. Los campos dramatizan nuestro papel como «ocupantes» y mantienen viva esa fantasía del retorno. Y lo más importante, alimentan el odio a los judíos… y, no de forma casual, a los terroristas suicidas.



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